Juan Rocamonde | Writing

Prólogo

This short essay was first published in march 2019 as the preface of my poetry book Fugaces como estrellas. It has been lightly edited for improved clarity and errata correction.


El arte de escribir consiste en crear una conexión sustancial entre un sentimiento y un lector.

Esto se produce mediante convenciones triviales y relativamente difusas. Se conocen como palabras, y se encuentran en un mundo compartido, imbuido por un entorno cultural concreto. Este consta de diferentes grupos sociales con sus correspondientes registros y niveles lingüísticos constantes o variables.

El sentir es único a la persona y, en consecuencia, intransferible en su completitud. No por la reacción bioquímica que produce en su cuerpo, sino por el contexto existencial en el que se produce. A todos nos ocurre lo mismo cuando sentimos miedo, alegría o dolor, pero a cada uno le supone algo diferente, dependiendo de qué causa ese miedo, alegría o dolor, y de cómo reaccionamos ante ellos. ¿Cómo es posible entonces establecer una conexión entre el sujeto que siente y un sujeto extraño?

Para hacerlo, se suele recurrir a un universo ajeno al sujeto pero conocido para este, en donde halla relaciones lógicas de semejanza entre las sensaciones producidas por los elementos que pertenecen a dicho universo y las que desea transmitir. Por ello, para especificar el concepto abstracto de, por ejemplo, la belleza, uno puede utilizar símiles que hagan referencia a la idea de belleza por sí mismos, a la espera de que el lector encuentre en tal figura retórica un sentimiento igual o similar al encontrado por el escritor. Así, uno puede decir: eres bella como el amanecer, aguardando que la idea de amanecer evoque la idea de belleza.

En tal símil se encuentra una referencia explícita a la palabra belleza, ya que esta conlleva otras ideas implícitas en su convención lingüística. De manera terminal, se reducen a la utilización de diversas figuras retóricas, ya sean símiles u otros, provistas por el entorno social y asumidas por el sujeto en su desarrollo lingüístico. Mediante ese conjunto de asociaciones de ideas concretas para definir las abstractas es como funciona el lenguaje humano y, de manera similar, la poesía.

Por ello, poesía no es algo exclusivo de aquellos sentados en viejas sillas de madera, en una biblioteca rodeada de ejemplares de Virgilio, Ovidio y Horacio. El ser humano es poeta en su esencia más primitiva, más pura, al establecer relaciones para todos los conceptos abstractos que nos rodean, tanto para teñir de rojo el amor y la pasión como para comunicarse con el vecino de enfrente.

Una rápida búsqueda en Google me revela una primera lista de expresiones poéticas utilizadas en el lenguaje cotidiano: «saltar una página», «armarse de coraje», «el tiempo es oro», «su corazón está en llamas», «perder el hilo», etc. Los niños aprenden la realidad del mundo desde metáforas, pues resulta sencillo para ellos comprender desde aquello que ya han asimilado. Cientos de lenguas ajenas a la propia poseen sorprendentes desicripciones conceptuales para términos atómicos. El lenguaje humano, y también el castellano, es intrínsecamente poético.

Sin la poesía, la realidad individual se terminaría en los límites de nuestra piel. Si bien es cierto que el lenguaje no verbal también ayuda a comunicar emociones, y muchas de ellas se asimilan de forma innata e incluso inconsciente por los interlocutores, no posee la complejidad en las posibilidades de expresión que nos brinda el lenguaje verbal. Aquel nos reduce a reacciones biológicas; este crea un universo poético por donde navegar.

No existe una diferencia sustancial o cuantitativa entre un verdadero poeta y una persona de la calle. Un verdadero poeta no es el que escribe para ganar dinero o fama. Tampoco es el que conoce toda la historia de la literatura universal, y las cien mil palabras de la lengua española. Un verdadero poeta no es un gramático, sino aquel que decide conscientemente utilizar la belleza del lenguaje para crear y recrear sobre su interior.

Este puede, además, conocer mejor el lenguaje, por lo que tendrá un horizonte de expresión más amplio, y podrá crear mejores poesías, o si acaso, poesías con mayor capacidad de expresión. Podrá practicar más y tener más facilidad para dibujar asociaciones valiosas o significativas. Podrá también ganar dinero o ser famoso, pero nada de ello lo convertirá en poeta más que el hombre en la calle que dice que ha perdido el hilo porque se ha saltado una página donde el protagonista se arma de coraje y lucha con su corazón en llamas.

La creación poética por amor a ella misma es una creación consciente, pero a su vez surge y debe surgir como una necesidad vital, un impulso. Cualquier otra motivación para escribir es utilizar la poesía como un medio para algo ulterior, olvidando el discutible valor de aquello. Es prostituirla poesía por el sexo, el dinero o la fama. La única diferencia entre el verdadero poeta y el poeta pasivo es que este último siente igual que el primero, pero aquel decide además escribirlo.

Ahora, no debe malinterpretarse aquello: no por escribir sobre el sexo o el amor o el dinero o la fama se está prostituyendo la poesía. Si el trasunto de tal expresión es debida a sentimientos verdaderos que brotan de uno mismo, entonces no solo puede uno escribir sobre ello, sino que debe hacerlo. El poeta adquiere, en su andaina como creador, un compromiso consigo mismo y en término con la sociedad. Sin embargo, cuando alguien con cierta facilidad de palabra utiliza el lenguaje para fingir intencionadamente una realidad interior, quizá sea un magnífico escritor, pero en lo que se refiere a la poesía como arte, no está sino prostituyéndola.

Desde los vacíos trovares del amor cortés hasta la prosa lírica de coleccionista adolescente inundada en la siempre presente ceguera del primero: siempre ha habido y habrá quienes se apropien de la poesía y se hagan llamar poetas sin serlo, quienes utilicen las letras como balas calculadas con precisión micrométrica en lugar de rosas. La poesía no necesita un por qué a priori; este surge de manera natural a continuación.

Sin embargo, no debemos preocuparnos. El mundo poético seguirá siempre abierto a todos ellos. En este mundo, la imaginación se convierte con frecuencia en inspiración; el realismo, en surrealismo; los símbolos concretos surgen sin explicación y dejan de ser relaciones inmediatas de la razón para ser arrebatos, ráfagas de expresión injustificada e irracional. Este mundo seguirá siempre abierto porque todos nacemos poetas; solo necesitamos hacer poesía para serlo.

Ah, y sin creérnoslo demasiado.

Londres, 7 de noviembre de 2018

© 2018 Juan Rocamonde.